lunes, 23 de julio de 2012

Casi una Sonrisa

Se escuchaba mi canción favorita en la estación de radio del viejo transistor, en la vieja taberna de mar. El sol se filtraba por las grietas de aquel viejo tuburio y mostraba toda la inmundicia que allí pernoctaba. La suciedad estaba viva en el ambiente. Un saxofonista viejo y cansado comenzó a tocar una balada olvidada, no la conocía ni él mismo. Se consumía la cerveza y el vino viejo por doquier. Los vasos estaban tan limpios que casi filtraban la luz, algo anormal pasaba a mi alrededor. Me fijé que el pordiosero que se hacía llamar camarero, llevaba los pies tan sucios que hasta las ratas lo esquivaban al pasar, algo insólito pues eran ratas curtidas y no hacían asco en lo peor. El ambiente, invadido por cierta niebla era denso como humo mojado en alcohol. Una figura apareció en el resquicio de la puerta, alguien nuevo. Esbelta, con media sonrisa de pícara y música alrededor. Se la veía segura y distante, un secreto andante que yo debía desvelar. La observé mientras caminaba por el ahora precioso suelo de la taberna. La pequeña luz del techo era suficiente para resaltar sus turgentes senos y fijarme en su rostro. El ángulo de su perfil estaba cincelado en caoba y sus ojos almendrados incitaban a un deseo oscuro y secreto. Me acerqué a ella mientras pedía algo bueno y fresco. Le puse mi mejor sonrisa y esperé alguna reacción en su faz egipcia, belleza sin igual. Muchos hombres piensan en las mujeres como en un objeto para cumplir con sus espectativas primarias. No me había pasado nunca hasta ese momento. No anuncié ni una sílaba mientras ella apuraba el contenido de su vaso enjoyado. Una brisa fresca se colaba por la puerta y daba una sensación muy agradable, todas las personas del bar nos fijamos. Los jóvenes aventureros se agolpaban en el magnífico local esa mañana. No se puede pedir menos, pues las camareras son atractivas y el camarero es amable como nadie. Debía ser alguna diosa del mar, caída en desgracia por la cobardía de algún marinero. Yo sería su galán y ella mi princesa. Le pregunté su nombre y no me lo dijo. Probé con todos mis trucos y finalmente la miré de arriba a abajo, la deseaba pero no obtuve respuesta. Si no hubiese sido por el ambiente cordial y la pomposidad de mis compañeros de fiesta, la hubiese tomado dulcemente en aquella barra de madera perfecta. Terminó su alcohol y se dispuso a marchar. Era un ángel y volvía al cielo. Al llegar a las elaboradas puertas con su gracioso caminar, se volvó y dirigió sus almas hacia mi humilde persona. Sus perlas casi pude ver y pronto desapareció aquel ser de ensueño. Se oscureció el mundo al desaparecer ella, volvió la miseria. Quizás podría encontrarla otra vez, entre los insectos terrestres que plagaban aquel mundo de pesadilla que me negaba sus besos. Me giré en aquel taburete oxidado perdiendo el alma en un suspiro derrotado. Un borracho viejo tosió y escupió la inmundicia en el suelo gastado del antro. Todo era normal de nuevo, de viejo...

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