lunes, 31 de diciembre de 2012

Negra Navidad

En el cielo los astros pululan descarriados y eternos, mientras ella los observa con sus almas llorosas. Le habría gustado ser algo, no sabe exactamente qué, no tiene el conocimiento. Sus manos son las de una niña pequeña, su pelo es largo y rizado, su sonrisa no está completa... Primero llegó el jinete del hambre a su aldea, amargo como la vida; luego llegó el de la sed y la enfermedad, semidulce... todavía espera al último de ellos en esta eterna oscuridad. Su madre dijo que algún día llegaría a por ella y que sería dulce, dulce como la muerte. Esas fueron sus últimas palabras, un último aliento en un cuerpo desnutrido y vacío, final de una vida triste y pobre. En aquella ocasión fue la primera vez que vio a un hombre blanco. Le asombró su abultado vientre y sus rollizos brazos. Jamás había conocido a nadie con tanta carne, ni siquiera se había planteado nunca su existencia. Pareció afectado al ver morir a su madre, la miró con ojos tristes. Padmé se estremeció al recordarlo. Tosió y un poco de sangre salió de su boca, manchando sus finos dedos. Se sentó en el suelo, pues sus piernas ya no la soportaban. Algo se rompió en su estómago y se dobló por la mitad con un intenso dolor. Se acercaba el final y tuvo miedo. Los cascos al galope se acercaban desde algún lugar. Cerró los ojos. De pronto sintió el mundo a su alrededor mucho más nítido. Lo comprendió todo. La muerte de su tierra era solo el principio para el fin, todo perecería pronto bajo el yugo del hombre blanco, insaciable. El caballo estaba más cerca, sintió su aliento y se encogió bajo el mismo. Sería engullida bajo aquella oscuridad para no haber existido nunca. Abrió los ojos por última vez, tal vez de nuevo en su cuerpo, vio a su madre y un último suspiro la llevó con ella para siempre. Las estrellas cayeron del cielo. Por fin había dejado de sufrir, y fue dulce...dulce como la muerte...