domingo, 11 de marzo de 2012

El Extraño que Vuelve.

El señor Sullivan se acercó a la entrada de la pequeña carpa. Había estado en infinidad de ellos y, por supuesto que jamás se había sentido así en ninguno. Al jorobado vestido de rojo que le recogió la entrada le faltaban los dos paletones superiores. Aparte de eso y la inmundicia de sus repajes, no había nada especial en aquel trozo de carne. Se empezaba a preguntar qué diantres hacía allí. Una noche como esta debería estar en su lugar correspondiente, en un club de caballeros de la alta sociedad de París. En cambio, se encontraba en España para ver aquella ridícula representación. A sus cuarenta y nueve años no se había dejado guiar por nadie desde que dejó Londres a los quince, jamás. El estúpido del marido de su hija lo convenció para venir a verla. Se había convertido en un pilar de su empresa, casi desplazándolo a él mismo. No tanto tiempo atrás había llegado con pocas expectativas de futuro a pedir trabajo. Era un patán pero le pareció bien darle una oportunidad al que sería su yerno por derecho impuesto. Desde el principio quedó bien claro que no servía para nada, así que lo delegó a la sección seis. Dicha sección estaba compuesta por lo peor de su equipo de reporteros, pues aquello era un periódico. Estaba encargada de las noticias de sucesos y de la necrológica. Un dia cualquiera el chico fue a cubrir la noticia de la defunción de un monstruo y cuando volvió había cambiado. Era uno de esos cambios sutiles que van acetuándose despacio, sin pausa. Cierto día se bebió el café de un solo trago, algo que no había hecho nunca. Sullivan era un miembro activo en su trabajo, casi una leyenda, y era imposible que se le escapasen los pequeños detalles como aquel. Otro dia cogió la taza con la mano izquierda, cuando siempre la había cogido con la derecha... Con el paso del tiempo los cambios se hicieron menos sutiles. En seis meses estaba en lo más alto de la sección seis y optaba por el puesto de jefe de todo el personal, en la historia del periódico sería el número seis...  Eso mismo lo pondría justo por debajo de él. El niño nació muerto poco después, pero a Sullivan no le importaba a esas alturas la salud de un nieto no deseado. El señor Belmont, pues de repente ya era un señor, hacía conspiraciones a sus espaldas contra él, lo sabía, aunque no tuviese pruebas de ello. Lo saludaba por la mañana con gallardía, casi con soberbia. Lo escuchaba reír con los otros miembros del periódico, cosa que con él nunca hacían. Había algo distinto dentro de ese cuerpo, no podía ser tan perfecto, no podía superarle en todo de repente. Cierta noche llegó a casa un poco mas tarde y lo encontró hablando sobre él con su esposa, lo sabía porque al entrar en casa se callaron. Pronto cumpliría cincuenta y Belmont seguro que pensaba en jubilarlo, en matarlo para quedarse con todo. Pasaron los meses y ya casi nunca dormía con su mujer. Pasaba las noches buscando alguna pista de un pasado oscuro en ese hombre. En el trabajo era un zombi, que deambulaba alrededor de un café tras otro. El señor perfecto se había hecho cargo paulatinamente de todo lo importante en la oficina. Mientras, él se hundía despacio en el fondo del lodo, en un pozo sin fondo. Una noche, buscando entre unos papeles encontró la noticia. "La defunción de un monstruo". Fue a verlo con la intención de acusarle, pero no tenía de qué hacerlo. Entonces se sorprendió, pero no ahora. Había sido un iluso, se dejó llevar por aquella sonrisa, se dejó guiar hasta aquella carpa negra... La mano del acomodador estaba fría pero casi no la notó; pues la oscuridad lo envolvía todo a su alrededor, mientras la garra lechosa lo llevaba hacia alguna parte. Se descubrió en el centro del cuadro. Los trapecistas bailaban y los payasos saltaban. Todos vestían de negro. Miró hacia los bancos pero no había público. Giraba y giraba para verlos mejor a todos, pero le paració estar solo en aquella actuación. La música era estridente, el sonido de mil violines quejándose en un clamor de batalla. No se oyó gritar, quizás no lo hizo. Buscó una salida pero su alma estaba atrapada en el interior de su cuerpo. Sintió una nueva presencia, un ser llegado de fuera que lo invadía. Cánticos sonaban en su cabeza llegados de algún sitio. La última imagen en su cerebro fue la de verse allí tendido, en el suelo, mientras algo tiraba de su espíritu hacia abajo.Su físico se levantaba y caminaba pero no era él mismo, era una copia de lo que había sido. Otra mente dominaba su cuerpo y supo en seguida que lo haría para siempre. Ya no podría vivir la vida que le quedaba, solo apreciarla a través de lo que antaño fueron sus ojos. Quedó atrapado, dentro de su propio cuerpo. Las primeras palabras que salieron del mimo fueron:
     - Ya eres mío, llevabamos tiempo esperándote y justo hoy ha muerto otro de nosotros...