miércoles, 20 de junio de 2012

Dieta (Fran Cuesta y Alejandro Carrillo)


No, no se trata de eso. No es que me uniera a uno de esos grupos de “New Age” que reniegan de sí mismos. No puede ser, yo no soy así, para nada.
Con esto no quiero cambiar el mundo, ni protestar contra nada, ni renegar de mi propia naturaleza. Lo digo en serio. Solo es algo que me ocurrió una noche después de salir a buscar comida.
Esa vez conseguimos a un tipo calvo y lleno de grasa que iba con su hija, una flaquita de trenzas rubias y vestido azul.
Mientras comíamos, Vívian y yo estábamos hablando un poco del amor, un poco burlándonos de esos idiotas que intentan cambiar. Pretenden volverse mejores personas, más compasivos, y dejar de comer carne. No comprenden que ya no son humanos, que somos lo que somos... De repente, al morder un trozo del pulmón de la niña pequeña, sentí un profundo asco, una nausea que crecía desde mi estómago.
¡Ahhggg! ¡Nunca me había ocurrido algo así! Los pulmones siempre habían sido mis piezas favoritas y ahora, de la nada, me sabían peor que la horrible comida de esos hippies. Malditos “New zombies” y sus vegetales que pretenden imitar la carne fresca. Malditos por siempre sean todos.
No es posible describir lo que sentía. Lo que os diga siempre será poco, la realidad es mucho peor.
Vomité. Vívian se quedó mirándome estupefacta. Al principio parecía no poder creerlo, ya habíamos salido muchas veces a comer y se sorprendió mucho de verme así. Algo se iluminó en su retorcida mente. Se rió de mí. Me empezó a molestar esa risa histérica mientras me decía: “¡Hippie, hippie, pronto terminarás pastando como todas esas vacas estúpidas! ¡Ja, ja, ja!”.
Me sentí muy mal. Desde mucho tiempo antes Vívian ya me gustaba (su precioso ojo azul colgándole hasta su mejilla perfecta, los pedazos casi violetas de esternón que se le salían del vientre, los dientes negros, cafés, rojos, maravillosamente podridos) y siempre que podía trataba de impresionarla.
Una vez, tan sólo para demostrarle lo fuerte que era, capturé a tres inmensos trillizos. Para cuando ella había llegado al lugar donde la cité, ya les había abierto el cráneo y dispuesto sus cerebros para que la delicada Vívian los comiera sin la lata de tener que levantarles los sesos. (A veces, cuando a uno se le hace agua la boca, es desesperante no tener a mano ninguno de esos instrumentos “especiales” para la tarea).
Así que ahora estoy en una encrucijada. He tenido que alejarme de Vívian.
Al principio, después de la primera experiencia con mi cambio de gusto, intenté fingir que el sabor a sangre me seguía resultando bueno.
Cuando comíamos juntos actuaba como si me llevara a la boca el manjar más exquisito. Sólo lo logré durante unos días.
No debí hacerlo muy bien. (¡El sabor era realmente insoportable!)
Vívian se dio cuenta y se burló, me dijo que era un estúpido y se fue con una de esas pandillas de locos motorizados porque, según ella, ellos si eran verdaderos zombies...
Me he quedado en medio de todo. Solo. Extraño a Vívian. Pensé que algún día nos quedaríamos juntos, pudriéndonos, y tal vez formar una familia.
Estoy desesperado. A veces, lo confieso, me siento tan solo y hambriento que me aproximo tímidamente a ellos. Ya sabéis, a los campamentos de esos nuevos zombies que quieren cambiar el mundo; los observo sorprendido, veo su cabello cayéndoles hasta los hombros, sus caras ligeras, sonrientes, llenas de sueños...
Hoy me he acercado a uno de ellos, un tipo calvo con un hacha clavada en la cabeza. Estaba separado del resto y he ido a mirar mientras devoraba una remolacha, con su color tan parecido a la sangre. Hace días que no como. Empiezo a perder movilidad, como esos cuerpos que se quedan inertes en las esquinas a veces, no encuentran que comer pero no mueren. La eternidad de pie...
Me giro y comienzo a caminar pensando en todo lo que castiga mi viejo cerebro. Tropiezo con algo y me desplomo con todo mi peso contra el suelo. No logro ver nada durante un largo instante. Poco a poco la luz vuelve a entrar en mis ojos, en mi ojo, solo veo por el derecho. Al levantar la mirada descubro una figura impresionante, maravillosa, como si la diosa esa de los griegos hubiese muerto y se hubiera convertido en zombie. Su pelo rubio enmarañado le cae hasta la espalda, sus ojos azul cielo (a juego con el tono de su piel) están fijos en mí y ese agujero en la mejilla me permite descubrir el interior de su boca y los restos de comida pútridos en su interior. Perfecta. Lleva mi ojo izquierdo en la mano, se habrá caído. Me levanta y me acerca al campamento. Unos tipos quieren hacerme daño, dicen que no soy uno de ellos. La chica no lo permite. Me sienta en el suelo, cerca de un coche volcado, y me ofrece algo de comer. Me lo meto en la boca nada más verlo. Lo engullo rápidamente y me llena por dentro. Es delicioso. Sigue ofreciéndome verdura, mientras me acuna entre sus brazos...
Ahora vivo con ella. Hemos abandonado su antigua comunidad. Me ha puesto un nuevo nombre y he olvidado el mío. “Jack”, me dice, y obedezco lo que me pida. Vamos a crear un nuevo grupo, sin restricciones alimentarias. La raza zombie, según ella, debe evolucionar...Va pasando el tiempo...
Ayer vi a Vívian tirada en una calle. Le faltaba un brazo. Seguramente se caería de una moto y se quedaría ahí, traspuesta. Me acerqué, ya no sentía esa fascinación por ella. Encontré su brazo un poco más allá, se lo devolví. No hablamos. Su ojos pedían ayuda, seguí caminando...
Cuando vivía con ella me sentía muy solo a veces. Un día encontré un perrito y quise quedármelo. Cuando ella lo descubrió me castigó por mi osadía, no podía creerlo, ya no era dueño de mi mismo. En aquella época no me importaba pero, mientras arrastraba mis pies muertos por la acera y escuchaba los lamentos de mi antigua pareja, esa imagen llegó a mi cabeza. Vívian matando a mi perro...


Ha pasado algún tiempo y estamos teniendo problemas con los zombies vegetarianos. Se han unido a los demás contra nosotros. Atacan nuestra comunidad. Cogen a nuestros amigos y les quitan las extremidades para verlos sufrir mientras los demás zombies (que se hacen llamar cárnicos) se los comen. Hemos puesto el campamento en las afueras, somos más de cien. Siempre huyendo. Aún así nos han encontrado. Al caer la noche han atacado. Los de la “New Age” van primero con armas de todo tipo y los cárnicos detrás, comiéndose los restos, ya siempre es así. Es un verdadero holocausto, una masacre. Uno de ellos está atacando a mi reina, mi flor podrida. Ella no lo ha visto, le va a dar por detrás con un hierro, la matará. Voy hacia allá pero alguien me sale al paso. Es Vívian y un tipo gordo con una chaqueta de cuero, un motero como no. Me golpea con un bate en mi ojo sano mientras ella me señala y se ríe. Lo último que veo es una inscripción de la liga de béisbol y de fondo, monstruos comiéndose a mi chica...






martes, 12 de junio de 2012

Labios Rojos


Levantó la mirada y allí estaba ella observándolo. Algo se apoderaba de sus vísceras cuando eso ocurría, seguramente pretendía ponerlo nervioso. Esperaba un fallo para dejarle en ridículo. Nunca podría estar tranquilo. Todos siempre la tomaban con él, los chicos lo odiaban y las chicas se reían de su cuerpo regordete y su cara de niño tonto. Le enseñó los dientes de aquella boca de labios rojos y carnosos. No podía mostrar debilidad y utilizó su mirada mas fría para traspasar aquellos ojos azules, hasta que ella se movió y se alejó por el pasillo de la vieja escuela, zarandeando de un lado a otro sus asquerosos rizos dorados...

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Sus tacones resonaban por el viejo pasillo, se quería morir. Sus ojos goteaban ante el recuerdo de aquella mirada de desprecio. El sentimiento le oprimía el pecho, ese sentimiento que todos alguna vez tenemos. Se metió en el servicio de chicas, aquel que desprendía un aroma nauseabundo todo el tiempo, allí donde nadie la buscaría y podría limpiarse el oscuro deseo del bajo vientre...

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Cuando terminaron las clases cogió el arma de su taquilla, frío brillo gris que pronto tornaría de rojo, muerte líquida y brillante. Era una suerte que nadie se fijase en él, nadie sabía de lo que era capaz. Se apoyó en la pared, cerca de la entrada del colegio y esperó. Ya no lo miraría más, acabaría con esa sonrisa descarada, hundiría la hoja profundamente en el fondo de su vientre y acabaría con la luz de sus ojos para siempre. La vio venir, con su vestido blanco y sus labios pintados color sangre. Lo descubrió aguardándola pero eso ya no importaba...

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El chico estaba allí, parecía como si estuviese esperándola. No iba a volver a abochornarla, no lo iba a permitir. Caminó directamente hacia él.

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Ahí viene”- se dijo el chico, y agarró fuerte la empuñadura de la muerte.
La chica se acercó demasiado, como para decirle un secreto, una distancia mortal. No sabía aun el error que estaba cometiendo...

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Lo llegó a abrazar sin ser rechazada, quizás podría conseguirlo después de todo. Su cuerpo se puso tenso, estaba sedienta de su contacto. Podría tal vez acercarse a su amor.

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Pasó su brazo izquierdo por su cintura y sacó el cuchillo, la hoja de metal que traería la muerte de la mujer de sus sueños. ¿Cómo? ¿Qué era ese pensamiento? ¡Error!, su mente le había jugado una mala pasada y había dudado...

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Al notar la mano en su cintura lo besó e introdujo su lengua húmeda dentro de su boca hasta alcanzar el éxtasis. Le dijo lo que sentía.

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Lo cogió desprevenido, ya era tarde. La lengua buscona se movía dentro de su ser y su cuerpo empezó a reaccionar. Era demasiado tarde, guardó la hoja en su funda y escuchó una declaración de sus labios rojos, sus perfectos labios rojos.
-Yo también te quiero- se oyó decir y comprendió que ya jamás podría hacerle daño, pues ya estaba dentro de su corazón...