jueves, 25 de junio de 2015

Tarde

     Sirvió otra cerveza al borracho de siempre en vaso sucio. Llamó su atención el abrir de la puerta, un nuevo cliente. Lo siguió con la mirada a través de aquel bar de mala muerte. El tipo en cuestión no le encajaba pero se le escapaba el motivo. Se sentó a plomo en una silla de una de las mesas mas alejadas. Una de las mesas que quedaban de antes de la reforma del establecimiento, muchos años atrás. Un trozo de madera alargado, grande y feo, con dos sillas a cada lado. Cuando lo tuvo delante descubrió unos rasgos suaves y unos escurridizos ojos verdes, demasiado pequeños para ser perfectos pero comunicativos hasta el punto de ser embaucadores. Dirigió aquellas almas hacia una cerveza verde de alguna mesa y ella asintió y fue a buscarla. En el camino la puerta del local se abrió de nuevo. En ese momento, instintivamente miró el reloj de pared que se situaba detras de la barra. Eran las seis de la tarde. Mientras agarraba el botellín levantó la mirada para ver donde se sentaban los nuevos clientes. Eran dos tipos perfectamente trajeados, dos enormes tipos con rasgos malvados, enfundados en los trajes mas entallados que había visto nunca. La sorpresa llegó cuando sus ojos pintados descubrieron donde se sentaban. Era un cuadro que destacaba por su destono. A un lado el hombre que hablaba con la mirada, en el lado contrario dos trozos de tela negra sin sentimientos aparentes. Se quedó muda ante aquella visión, a la expectativa, ni siquiera era capaz de moverse. No cerró la puerta de la nevera, no soltó la birra en la bandeja. No hizo nada. Mientras tanto los hombres hablaron durante un momento indefinido, casi eterno. El tiempo cambió de significado mientras no ocurria nada mas que aquel esbozo de cuadro inconexo. En algún momento se levantaron para irse los tres juntos. En el largo camino a la puerta el hombre la miró con sus profundos ojos verdes. Lo comprendió todo en un instante. Guardó la cerveza y al girarse a mirar el reloj suspiró. Eran las ocho de la tarde...

martes, 23 de junio de 2015

Señora

     Ya sabes quién soy. Conoces mis ojos negros traídos del infierno. Has oído hablar de mi boca lujuriosa, reflejo en mil truanes. Siempre visto de negro, pues así visten los monstruos. Mis palabras son aquel murmullo que no conoce nadie y aún así me llamas y esperas. El sonido de mi voz te deleita. Te excita sobremanera el roce de mis dedos sobre tu espalda. Sientes el pequeño beso donde termina el cuello bajo la cara, tan cerca de la oreja izquierda que casi es una canción mi suspiro. Te encoges, te encuentras perdida de repente. El misterio te embauca, asincronía en tus pensamientos. Juego con el inicio de tu piel en algún lugar. Las manos acariciando la tela de tu pantalón. Quieres dejarte llevar pero todavía no me conoces. Giras sobre ti misma para enfrentarme de cara pero no eres rival para ese beso. Fugaz, demasiado corto, quieres mas. No puedes arriesgarte, esperas. La mirada del amante te aguarda, la sonrisa de medio lado. No sabes que hacer con tus manos, tiemblan. Pequeños mordiscos en el cuello, de nuevo acaricio tu espalda. Desde arriba hasta tus piernas suavemente. Estás perdiendo el control, intentas parar. Te doblas hacia atrás en el asiento, vano intento de huir. La curva de tu cuerpo me incita a bajar hacia tu pecho. El error te lleva a abrazarme con las piernas. Agarras mi pelo negro y te descubres enjaulándome con tus manos. Se te eriza el vello de la nuca mientras nado en tus curvas plácidamente. Te recuestas, te dejas hacer. Mi lengua en tu boca es lo único que ya importa...