Levantó
la mirada y allí estaba ella observándolo. Algo se apoderaba de sus
vísceras cuando eso ocurría, seguramente pretendía ponerlo
nervioso. Esperaba un fallo para dejarle en ridículo. Nunca podría
estar tranquilo. Todos siempre la tomaban con él, los chicos lo
odiaban y las chicas se reían de su cuerpo regordete y su cara de
niño tonto. Le enseñó los dientes de aquella boca de labios rojos
y carnosos. No podía mostrar debilidad y utilizó su mirada mas fría
para traspasar aquellos ojos azules, hasta que ella se movió y se
alejó por el pasillo de la vieja escuela, zarandeando de un lado a
otro sus asquerosos rizos dorados...
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Sus
tacones resonaban por el viejo pasillo, se quería morir. Sus ojos
goteaban ante el recuerdo de aquella mirada de desprecio. El
sentimiento le oprimía el pecho, ese sentimiento que todos alguna
vez tenemos. Se metió en el servicio de chicas, aquel que desprendía
un aroma nauseabundo todo el tiempo, allí donde nadie la buscaría y
podría limpiarse el oscuro deseo del bajo vientre...
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Cuando
terminaron las clases cogió el arma de su taquilla, frío brillo
gris que pronto tornaría de rojo, muerte líquida y brillante. Era
una suerte que nadie se fijase en él, nadie sabía de lo que era
capaz. Se apoyó en la pared, cerca de la entrada del colegio y
esperó. Ya no lo miraría más, acabaría con esa sonrisa descarada,
hundiría la hoja profundamente en el fondo de su vientre y acabaría
con la luz de sus ojos para siempre. La vio venir, con su vestido
blanco y sus labios pintados color sangre. Lo descubrió aguardándola
pero eso ya no importaba...
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El
chico estaba allí, parecía como si estuviese esperándola. No iba a
volver a abochornarla, no lo iba a permitir. Caminó directamente
hacia él.
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“Ahí
viene”- se dijo el chico, y agarró fuerte la empuñadura de la
muerte.
La
chica se acercó demasiado, como para decirle un secreto, una
distancia mortal. No sabía aun el error que estaba cometiendo...
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Lo
llegó a abrazar sin ser rechazada, quizás podría conseguirlo
después de todo. Su cuerpo se puso tenso, estaba sedienta de su
contacto. Podría tal vez acercarse a su amor.
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Pasó
su brazo izquierdo por su cintura y sacó el cuchillo, la hoja de
metal que traería la muerte de la mujer de sus sueños. ¿Cómo?
¿Qué era ese pensamiento? ¡Error!, su mente le había jugado una
mala pasada y había dudado...
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Al
notar la mano en su cintura lo besó e introdujo su lengua húmeda
dentro de su boca hasta alcanzar el éxtasis. Le dijo lo que sentía.
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Lo
cogió desprevenido, ya era tarde. La lengua buscona se movía dentro
de su ser y su cuerpo empezó a reaccionar. Era demasiado tarde,
guardó la hoja en su funda y escuchó una declaración de sus labios
rojos, sus perfectos labios rojos.
-Yo
también te quiero- se oyó decir y comprendió que ya jamás podría
hacerle daño, pues ya estaba dentro de su corazón...
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