El
desierto estaba triste. El hombre pastaba del sol del mediodía. El
animal lo miró, al borde del colapso. Solo dos figuras en el llano
amarillo, ser y no ser, moribundos. Caminó solo entre el gentío
subiendo peldaños de viento durante toda su vida pero ya no queda
agua para beber. El páramo misterioso se abre a su vista, como a
tantos otros antes que a él. No sirve la tecnología, la religión
no lo salva. La montura cae a sus pies, fallece... Se abandona a la
muerte. Sus restos quedan atrás, la oscuridad lo envuelve bajo el
sol nocturno. El ser eterno lo recoge y el mundo enmudece. Manto
negro y negra guadaña, susurro sin dolor. Mientras se marcha piensa
en lo que deja atrás, en lo que todos dejamos atrás: Nada en el
vacío cósmico...
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